Meta acaba de dar un golpe fuerte en la mesa: a partir de enero de 2026, WhatsApp dejará de permitir el uso de asistentes de inteligencia artificial externos como ChatGPT y Copilot. Y aunque la noticia suena técnica, en realidad toca fibras muy cotidianas. Porque no estamos hablando solo de bots, estamos hablando de cómo usamos la aplicación más popular del planeta para comunicarnos, trabajar y hasta resolver problemas diarios.
Lo que me parece más llamativo es la decisión de cerrar el ecosistema. Meta quiere que todo lo que ocurra dentro de WhatsApp dependa de sus propias herramientas, sin dar espacio a terceros. Es una jugada que suena a control, pero también a ambición: quieren que la experiencia sea uniforme, predecible y, claro, que los datos se queden en casa. El problema es que esa uniformidad puede sentirse como un retroceso para quienes valoraban la diversidad de opciones.
El contraste entre ChatGPT y Copilot es otro punto que genera debate. OpenAI permitirá migrar historiales, lo que al menos da un respiro a quienes no quieren perder sus conversaciones. Microsoft, en cambio, decidió no ofrecer esa posibilidad con Copilot, y ahí es donde muchos usuarios sienten que se les corta de golpe una parte de su rutina. No es solo un tema técnico, es un recordatorio de que dependemos de decisiones corporativas que rara vez consideran la continuidad de nuestra experiencia personal.
Al final, lo que está en juego es la relación que tenemos con las plataformas. WhatsApp se convierte en un espacio más cerrado, menos flexible, y eso nos obliga a preguntarnos si estamos dispuestos a aceptar esa limitación o si buscaremos alternativas más abiertas. Tal vez este sea el inicio de una nueva etapa en la que los usuarios empiecen a valorar más la libertad de elegir sus herramientas, incluso si eso significa salir de los jardines amurallados de las grandes tecnológicas.
Es un movimiento que deja claro que el futuro de la inteligencia artificial no solo se juega en la innovación, sino también en quién controla el acceso. Y esa batalla, más que técnica, es profundamente política y cultural.